martes, 4 de septiembre de 2012

Hojas de Hierba. Walt Whitman.


Cualquier persona que busque algo verdadero dentro de sí mismo incurrirá en numerosas contradicciones, que desde fuera serán criticadas con dureza por quienes piensan que un ser humano debe ser firme y constante como un ladrillo. Igual, cualquiera que pretenda ser sincero (consigo mismo o con los demás) deberá reconocer por el camino muchísimos pensamientos negativos, errores, maldades y vergüenzas que le permitirán expresarse (y liberarse) de un modo completo. Algo así pasa con la obra de Whitman. Tan grande como pequeño, tan genio como mediocre y tan valiente como cobarde.

En Hojas de hierba, monumento literario que recoge toda su poesía, el YO del poeta se convierte en centro de la obra, de la vida y de su tiempo y del futuro en la sincronía y la diacronía. Pero su YO es un YO oculto que nunca llegamos a conocer. Como intentar encontrar a Michelangelo en la Capilla Sixtina. Whitman lo confiesa todo, al menos lo que sabe que es común a todas las personas, para que cómo él mismo explica, el lector lo enriquezca con lo suyo. Una teoría del arte utilitaria que ofrece toda la interpretación de su obra al lector para que la compare y la comparta.

Así, el supuesto YO ególatra de Whitman se convierte en un todo indescifrable.

De la cuna que se mece eternamente.

Es uno de los poemas más conmovedores de Hojas de Hierba. Y solo de él quiero hablar ahora.

Su origen hay que buscarlo en una reminiscencia de un suceso que le ocurrió en la niñez, cuando todavía no tenemos formado nuestro carácter y en cierto sentido nuestro mundo interno es más parecido al de los demás. El poema cuenta algo que le sucedió en el momento justo para enraizar con un sentimiento de abandono y señalarlo para siempre en su experiencia: en una noche de septiembre, paseaba por la playa y sobre el sonido de las olas, percibió el niño Whitman, el canto de un pájaro que había perdido a su pareja.

El poema habla de la soledad y aunque muchos críticos lo simplifican en una relación amorosa frustrada, solamente lo enriquecen convirtiéndolo en una alegoría de recuerdos compartidos que habla del presente, del pasado y del futuro. Es el poema de la pérdida del amor materno, del niño que vagabundea solitario y se rencuentra con su soledad y debe asumirla, como se debe asumir la muerte en la vida.

Las imágenes del poema son el muchacho, el pájaro y el mar. Pero resulta complicado saber si su tono predominante es de conformidad o de fracaso. El pájaro representa la voz alarmista de la experiencia que le enseña al niño la lección de una vida solitaria y sin amor, convirtiéndole en un poeta, un sabio, que muere y renace una y otra vez como las olas del mar:

a lo que el mar,
sin demorarse, sin apresurarse,
me respondió con un susurro en medio de la noche,
y muy claro antes del alba,
me balbuceó muy bajo la deliciosa palabra muerte.


Un poema de Hojas de hierba:

Yo he dicho que el alma no es más que el cuerpo, 
Y he dicho que el cuerpo no es más que el alma; Y que nada, ni siquiera Dios, es más grande para cualquiera que una partícula de sí mismo, Y que cualquiera que marche un kilómetro sin simpatía, avanza hacia sus funerales cubierto con su mortaja, Y que tú o yo, sin un céntimo en el bolsillo, podemos adquirir lo mejor que en la tierra existe, Y que mirar con un solo ojo o mostrar una habichuela en su vaina confunde la sabiduría de todos los tiempos, Y que no existe trabajo o empleo que, siguiéndolo un hombre joven, a la postre no lo convierta en un héroe, Y que no hay objeto, por frágil que sea, que no sirva de eje para la rueda del universo, Y yo le digo a todo hombre y a toda mujer: que tu alma se mantenga serena y tranquila ante un millón de universos. Y yo le digo a la humanidad: no te muestres curiosa en cuanto a Dios, Yo, que tengo curiosidad por cada cosa, no manifiesto curiosidad alguna en cuanto a Dios; (No hay palabras suficientes para expresar hasta qué punto estoy en paz con Dios y con la muerte.) Yo escucho y contemplo a Dios en todo objeto, pero no lo comprendo bajo ningún concepto, Tampoco concibo que pueda existir algo más maravilloso que yo mismo. ¿Por qué he de pretender que Dios es mejor que este día? Algunas veces veo a Dios en cada una de las veinticuatro horas del día, y también en cada instante; En los rostros de los hombres y de las mujeres veo a Dios, y en mi propio rostro cuando me contemplo ante el es pejo; Encuentro cartas de Dios abandonadas en las calles, y cada una lleva la firma con el nombre de Dios, Y yo las dejo donde están, porque sé que en cualquier lugar donde yo vaya, Con la misma puntualidad, otras cartas llegarán y llegarán. 

  

2 comentarios:

  1. De hecho, ese yo oculto es una idealización de Whitman de sí mismo. Todo aquello que hubiera deseado ser está en esos versos. Y al convertirnos a nosotros, los lectores, en parte protagonista mediante un diálogo directo, nos permite idealizar esa sustancia primigenia de la que habla, esa unidad totalizadora.

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