jueves, 15 de agosto de 2013

Miles, la autobiografía. Miles Davis y Quincy Troupe


"Si miras a Miles, mira a los músicos que han estado con él. Miles forma líderes, muchos lideres"


Dizzy Gillespie 


Su voz era un susurro ronco que le avergonzaba. No hablaba mucho, por lo que dicen, Miles Davis. Pero su entonación era musical igual que cuando tocaba la trompeta. Debió disfrutar bastante el periodista Quincy Troupe en las largas charlas que compartió con él escuchándole la historia de cómo cambió la música cuatro veces en el siglo XX.  


Si hubiera sido un simple espectador, su autobiografía merecería la pena. Entró de la mano del primero, de Charlie Parker, y le pasó el relevo a los jóvenes músicos de los 90. Les sobrevivió a todos y con eso ya sería suficiente, pero es que además su historia vertebra la era dorada del jazz y casi todas las corrientes "después de Parker" pasan por su creatividad y su visión profética. 

Sobre todos los músicos de jazz cae la mirada budista de Charlie Parker, "su sonrisa de hijoputa" (probablemente sea al autobiografía de Miles Davis el libro con mayor número de "hijoputas" que he leído nunca, "hijoputas" para todos, para lo bueno y para lo malo) y por debajo de él, está Miles Davis, que enseñó a cuatro generaciones de músicos a llegar lo más lejos posible con su instrumento. 

Es asombrosa la lista de los músicos que el escogió para sus grupos, y todos cuando no eran conocidos: Coltrane, Cannonball Aderley, Art Farmer, Phily Joe Jones, Paul Chamber, Bill Evans, Tony Willians, Wayne Shorter, Ron Carter, Herbie Hancok, Keit Jarret, y un largo etcétera. Simplemente los mejores músicos, los que desarrollaron eso que conocemos como jazz. 


Por que a pesar de como tocase Miles Davis y de sus conceptos innovadores (algo que el siempre forzó, ya que aprendió de los dos que sentaron las bases de la mayor revolución musical de los últimos tiempos, Gillespie y Parquer: el bebop, y eso es precisamente lo que aprendió de ellos, que la música tenía que seguir evolucionando) lo mejor que hizo por la humanidad, decía, (y es algo por lo que nunca le estaremos suficientemente agradecidos) fue conseguir que ese grupo de chavales (no eran más que chavales cuando pasaron por sus manos) tocasen como lo hicieron después. 

Miles Davis fue un gran líder antes que otra cosa. Olvidándose de sí mismo confiaba en sus grupos y trabajaba para que todos sacasen lo mejor de sí. Que se lo digan a Coltrane.


"Toca lo que no ibas a tocar", solía decirle a sus músicos y todos coincidían en que uno no podía tocar como siempre cuando Miles te miraba, tenías que superarte. 

"Mira, si colocas a un músico en un puesto donde tenga que hacer algo distinto de lo que hace constantemente, podrá hacerlo, pero para ello deberá pensar de manera distinta. Tendrá que usar su imaginación, ser más creativo, más innovador, deberá arriesgarse más. Tendrá que tocar más allá de lo que conoce (mucho más allá) y eso puede conducirlo  un nivel superior a aquel en que ha estado hasta entonces, es decir, al nuevo nivel en que en ese momento se encuentra, y al siguiente nivel al que se dirija y más arriba aún. Entonces será más libre, contemplará las cosas desde una perspectiva diferente, preverá y sabrá que se aproxima algo distinto. He dicho siempre a los músicos de mi banda que toquen hasta donde sepan, y a continuación más allá de lo que sepan. Porque si lo hacen así, cualquier cosa puede ocurrir y allí es donde nace el gran arte y la gran música. 

Una suerte tener esta pequeña puerta a su interior  y a sus reflexiones (aunque la traducción es realmente mala) porque además, Miles Davis tenía palabras y argumentos para explicar lo que hizo y lo que quería hacer. Y la verdad es que pocos músicos tienen algo que decir cuando le quitas el instrumento de la boca. El mismo Miles Davis recordaba que Parker y Coltrane nunca hablaban de música. Coltrane nunca hablaba, de hecho, y Parker... digamos que no se sabía muy bien de lo que hablaba. O no todos eran capaces de entenderle, al menos.

Y el libro también es hermoso por como Miles habla de sus compañeros, los conoció a todos en sus rutinas y en sus borracheras y sus miserias, que aunque esté extendido el rumor de que hablaba mal de todo el mundo, no es verdad, tenía verdadero respeto por todos los grades músicos que se fueron quedando en el camino, verdadero cariño a los que tocaron con él y grandes esperanzas en los músicos que tocarían con él.


Y aún así, si no hablara de música, si simplemente contase la historia de un hombre que tenía que liberarse de sí mismo, el libro también debería estar en todas librerías. La historia de como se perdió en lo más oscuro de su interior tres o cuatro veces y salió a la superficie como si nada. No sé sabe cuantas veces se reinventó Miles Davis de las cenizas. Asombroso. 

Unos textos de la biografía, el primero sobre el racismo:

Recuerdo una ocasión en que Milton Berle, el actor, vino a verme cuando yo actuaba en el Three Deuces. En aquella época tocaba en la banda de Bird. Supongo que sería en 1948. En cualquier caso, Berle estaba sentado a una mesa escuchándonos y alguien le preguntó qué opinaba de la banda y de la música. Él se echó a reír y se volvió hacia el grupo de gente blanca que le acompañaba y dijo de nosotros que éramos unos «cazadores de cabezas», indicando así que éramos unos jodidos salvajes.
Pensó sin duda que era ingenioso y recuerdo cómo aquella gente blanca se reía de nosotros. Bien, pues nunca lo olvidé.

Un día le vi a bordo de un avión, cosa de veinticinco años más tarde, viajando ambos en primera clase. Me levanté y me presenté. Dije: «Milton, me llamo Miles Davis y soy músico.» Él empezó a sonreír y respondió: «Oh, sí, sé quién eres. Tu música me gusta de verdad.» Parecía muy contento de que me hubiera acercado a su asiento. Entonces dije yo: «Milton, tú me hiciste algo, a mí y a las personas con quienes tocaba tiempo atrás, que siempre he recordado, y siempre me he dicho que si un día te tenía cerca te haría saber cómo me sentí cuando aquella noche dijiste lo que dijiste.» Él me miraba ahora con extrañeza, pues evidentemente no sabía a qué me refería. Mientras tanto, yo sentía que la ira de aquella noche volvía a despertar en mi interior, y supongo que ello se me notaba en la cara. Le repetí lo que él había dicho y le recordé cómo él y sus amigos se habían reído de nosotros. Al instante se puso rojo; estaba confundido y sin duda había olvidado por completo el incidente. Así que añadí: «No me gustó lo que tú nos llamaste aquella noche, Milton, ni a nadie en la banda le gustó tampoco cuando les conté lo que habías dicho. Algunos incluso lo habían oído como yo.»

Su aspecto era ahora lastimoso, ya lo imaginas. Articuló: «Lo lamento mucho, muchísimo.» Y yo le dije: «Sé que lo lamentas. Pero sólo lo lamentas en este momento, lo lamentas después de que te lo he recordado, porque entonces no lo lamentaste.» Y di media vuelta y regresé a mi asiento, me senté y no le dije ni una palabra más.


Y un texto que lo humaniza bastante, sobre su relación de amor/amistad con Juliette Greco.

Bien, atravesamos todo el vestíbulo, que ahora estaba silencioso como un mausoleo, tomamos el ascensor y subimos a la suite de Juliette. Ella abrió la puerta, me rodeó con sus brazos y me dio un gran beso. Yo le presenté a Art, que estaba detrás de mí muy cohibido, y vi cómo la alegría se desvanecía de su cara. Es decir, fue evidente que lo que menos deseaba era ver, en aquel momento y allí, a aquel negrito. Estaba verdaderamente decepcionada. Pero, en fin, entramos, y su aspecto era el de una hijaputa total, más bella aún de como la recordaba. Mi corazón latía aceleradamente y procuraba tener mis emociones bajo control, por lo que reaccioné ante Juliette mostrándome frío con ella. Adopté mi papel de macarra negro.

Principalmente porque estaba asustado, y también porque la actitud de macarra se me había pegado mientras fui un yonqui. Le dije: «Juliette, dame algo de dinero. ¡Necesito dinero ahora mismo!» Ella fue en busca de su bolso, sacó unos billetes y me los dio. Pero su cara mostraba una expresión de completo asombro, como si no creyera lo que estaba ocurriendo. Yo cogí el dinero y di unas vueltas en derredor, mirándola fríamente. En mi fuero interno ansiaba abrazarla y hacerle el amor, pero sentía miedo de las consecuencias que aquello tendría para mí, miedo de no ser capaz de dominar mis emociones.

Al cabo de unos quince minutos le dije que tenía algo que hacer. Ella me preguntó si volvería a visitarla, si no sería posible que fuera a España con ella cuando rodase la película. Le respondí que lo pensaría y la llamaría más adelante. Dudo que nadie la hubiese tratado anteriormente de aquel modo; tantos hombres la admiraban y deseaban que probablemente habría conseguido siempre lo que quiso. Cuando me dirigía a la puerta, me preguntó: «Miles, ¿realmente volverás?» 

«Vamos, cállate. ¡He dicho que te llamaré más adelante! » En mi interior anhelaba que ella encontrase algún medio de obligarme a quedarme. Pero la había humillado tanto en aquel reencuentro que el desconcierto le impidió hacer otra cosa que dejarme marchar. Más tarde llamé y le dije que estaba demasiado ocupado para ir con ella a España, pero que, si iba a Francia más adelante, trataría de localizarla. Estaba tan perpleja que no supo qué hacer, pero accedió a que nos viéramos en un próximo futuro, cuando yo fuese a Francia. Me dio su dirección y número de teléfono, colgó, y así quedó la cosa.

A la larga volvimos a reunirnos y fuimos amantes muchos años. Le conté cuál era mi problema cuando la visité en el Waldorf, y lo comprendió y me perdonó, aunque reconocía que se había sentido extremadamente confusa y frustrada por la forma en que la traté. En una de sus últimas películas (una película de Jean Cocteau, creo) se la ve colocando una foto mía sobre una mesa, junto a su cama, claramente reconocible.

Éste fue, pues, uno de los aspectos en que cambié desde mi drogadicción: me había encerrado en mí mismo para protegerme de lo que consideraba un mundo hostil. Y a veces, como en el caso de Juliette Greco, no sabía quién era mi amigo y quién mi enemigo, y en muchas ocasiones no me paraba a averiguarlo. A fin de protegerme no permitía a casi nadie que penetrase en mis sentimientos y emociones. Durante mucho tiempo me dio resultado.








   

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