sábado, 10 de agosto de 2013

Poemas de Amor. Anne Sexton.



"Fue también mi corazón violento el que se rompió 
cayendo por las escaleras del hall".

Cuando un artista acaba con su vida del modo en el que lo hizo Anne Sexton, es difícil no empezar su obra por el final y buscar en sus textos alguna explicación o, como mínimo, las claves del camino que la condujo a su dramático (también en el sentido de teatral) desenlace. 

Pero poco importa esa historia, ahora, cuando la obra por si sola expresa a un ser humano que se arranca la piel para que todos la vean desnuda. Algo que pocos se atreven a hacer de verdad y sin concesiones. Y claro, es normal que si lo dice "todo" cause algunos resquemores en el público. Supongo que no debía de ser un trago fácil para su familia y amigos leer sus poemas. 


Anne Sexton, como muchos otros poetas, era víctima de la poesía: no podía evitar transformar en poemas cada acontecimiento vital, cada emoción. Lugares claros llenos de pureza y rincones retorcidos y perturbadores convertidos en poemas para que otros los lean, sin pensar que eso la hacía vulnerable, en cierto sentido. La información es poder, ¿no? También emocionalmente.  

Escondida en el cuerpo de una mujer atractiva, alegre y fuerte, Anne Sexton tenía muchas otras mujeres en su interior como pedazos desgajados de algo que en principio era claro y diáfano y después no y además no le dejaban unirlos. 


Poemas de Amor narra su fractura emocional simbolizada en el accidente que le fracturó la cadera. Una fractura que al final no era más que una silenciosa traición a sí misma prolongada en el tiempo, hasta que las dos Anne Sexton que vivían juntas estaban ya demasiado separadas una de la otra. Y lo peor es que Anne Sexton no tuvo culpa de nada, se vio envuelta en un problema que al final es el de muchas otras mujeres y por qué no, el de todas las personas que viven en occidente. Por que en el resto del mundo tienen problemas también, pero de otro tipo, claro.   



Mi boca florece como un corte.
Me maltrataron todo el año, tediosas
noches, nada en ellas sino hombros ásperos
y delicadas cajas de Kleenex diciendo ¡llorá amor,
amorcito, llorá, idiota!

Hasta ayer mi cuerpo no servía.
Ahora se despedaza hacia sus esquinas cuadradas.
Se arranca el atuendo de la virgen María, nudo a nudo
y mirá – ahora está borrachísimo con estos cerrojos eléctricos.
¡Zing, una resurrección!

Una vez fue un bote, con demasiada madera
y sin trabajo, sin agua abajo suyo
y necesitando una mano de pintura. No era más
que un conjunto de tablas. Pero tú lo levantaste, lo encordaste.
Ha sido elegido por ti..

Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando, incurables. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
en el fuego.



EL TOQUE (THE TOUCH) 

Meses permaneció mi mano aislada
en una lata. No había nada allí salvo rejas de metro.
Quizá esté magullada, pensé,
y es por eso que la han encerrado.

Pero cuando miré yacía en silencio.
Se podría medir con esto el tiempo, pensé,
como con un reloj, por sus cinco nudillos
y las finas venas subterráneas.

Allí yacía, como una mujer inconsciente,
alimentada por tubos que no conoce.
La mano se había colapsado,
diminuta paloma salvaje
entrada en reclusión.

Le di la vuelta y la palma era vieja,
con líneas finamente bordadas
y puntadas subiendo por los dedos.
Era gruesa y blanda y ciega en algunos sitios.

Tan solo vulnerable.
Y todo esto es metáfora.
Una mano corriente, sólo que añorando
tocar algo que pueda devolver
el toque.

La perra no lo hará.
Mueve el rabo en la ciénaga mientras busca una rana.
No soy mejor que una lata de comida de perro.

Ella es dueña de su propia hambre.



El interrogatorio del hombre de muchos corazones. 

¿Quién es ella,
esa que está en tus brazos?

Ella es a quien llevé mis huesos,
construyendo una casa que no era más que una cuna,
construyendo una vida más allá de una hora,
construyendo un castillo donde no habita nadie,
construyendo, al final, una canción
para así acompañar la ceremonia.

¿Por qué la trajiste aquí?
¿Por qué llamas a mi puerta
con tus nimias historias y canciones?

Me había unido a ella como se unen hombre
y mujer y aun así no había lugar
ni para fiestas ni formalidades
y estas cosas importan a una mujer
y, ya ves, vivimos en un clima frío
y no se nos permite besarnos en la calle
así que inventé una canción incierta.
Mi canción se llama Matrimonio.

¿Tú vienes a mí fuera de la unión 
y te limpias el pie aquí en mi entrada
y me pides que mida tales cosas?

Nunca. Nunca. No mi mujer real.
Ella es mi verdadera bruja, mi tenedor, mi yegua,
madre de lágrimas, falda llena de infierno,
el sello de mis pesares, el sello de mis moratones
y también, si los portara, los niños
y también un lugar privado, un cuerpo hecho de huesos
que quisiera comprar, si pudiera comprarlo,
con la que me quisiera casar, si pudiera casarme.

¿Debería atormentarte por eso?
Cada hombre tiene asignada su suerte
y la tuya es una suerte pasional.

Pero sufro un tormento. No tenemos lugar.
La cuna compartida es casi una prisión
donde no me permiten decir cariñito, bobín,
pastelito, calabaza, lacito de amor, medallón,
mi San Valentin, mi chica de oro, mi graciosa y todas
esas tonterías que uno dice en la cama.
Decir que me he acostado con ella no es bastante.
No sólo la he tumbado sobre el lecho.
Yo la he atado fuerte con un nudo. 

¿Entonces por qué clavas los puños
en tus bolsillos? ¿Por qué arrastras 
los pies como un colegial?

Durante años até este nudo en sueños. 
He atravesado una puerta en mis sueños
y ella estaba allí de pie, vistiendo el delantal de mi madre.
Una vez gateó por una ventana con forma
de ojo de cerradura y llevaba puestos los pantalones
rosa de pana de mi hija y cada vez ataba a esas mujeres con un nudo. 
Una vez vino una reina. A esa también la até.
Mas esto es algo que realmente até
y ahora ya la he amarrado bien.
La atrapé con mis cantos. La reduje.
La he aplastado con sólo una canción.
No había otro apartamento para ello.
No había otro cuarto para ello.
Sólo el nudo. El nudo de la cama.
Así puse mis manos sobre ella
reclamando sus ojos y su boca
como míos, también pedí su lengua.

¿Por qué me estás pidiendo que decida?
Yo no soy ningún juez ni soy psicólogo.
Eres dueño del nudo de tu lecho. 

Pero aún así mis días y mis noches
son de verdad, con niños y balcones y una buena mujer.
Sí, es verdad, até estos otros nudos,
pero preferiría no pensar en ellos
mientras hablo contigo sobre ella. Ahora no.
Si ella fuera un cucurucho en alquiler, yo pagaría.
Si ella fuera una vida que salvar, la salvaría.
Quizás es que soy un hombre de muchos corazones.

¿Un hombre de muchos corazones?
¿Por qué tiemblas entonces en mi puerta?
Un hombre de muchos corazones no me necesita.

Estoy atrapado en lo más hondo de su tinte.
Te permití atraparme, las manos en la masa,
atraparme con mi frenesí desatado en un reloj salvaje
para mi yegua, mi paloma y mi propio cuerpo limpio.
Quizá la gente diga que tengo serpientes en mis botas
pero te digo que, por una vez, tengo los estribillos,
solo una vez, esta vez, en la copa.
El amor de una mujer está en la canción.
La llamé la mujer de rojo.
La llamé la niña de rosa
pero tenía diez colores
y ella era diez mujeres.
Apenas pude nombrarla.

Yo ya sé quién es.
La has nombrado bastante.

Quizá no debería haberlo puesto en palabras.
Francamente, diría que soy peor besando,
ebrio como un flautista, pateando los restos
y decidido a atarla para siempre.
Porque, ves, esta canción es la vida,
la vida que no puedo vivir yo.
Dios, incluso al pasar,
reparte monogamia como jerga.
Yo quería inscribirla en la ley.
Pero sabes que para esto no hay ley.

¡Hombre de muchos corazones, eres tonto!
Porque este año hay espinas en los tréboles
y le han robado al ganado su fruto
y las piedras del río
han absorbido los ojos de los hombres, hasta dejarlos secos,
estación tras estación,
y ha sido condenado todo lecho
no por la moralidad ni por ley,
sino por el tiempo.






  

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