jueves, 19 de diciembre de 2013

Poemas Humanos. César Vallejo.


"Pues de lo que hablo no es sino de lo que pasa en esta época..."

César Vallejo.



Siendo uno de los escritores que más me gustan y me interesan, siempre lo temía en los exámenes de filología, porque podía sufrir una parálisis y conmociones nerviosas con el bolígrafo en la mano y el folio en blanco. Poemas Humanos es uno de mis libros preferidos, pero supera mi capacidad de raciocinio desde muy diversos flancos. Para leerlo no hace falta racionalidad alguna (se desaconseja, de hecho) pero para analizarlo sí, y mucha, porque su infraestructura es virtuosa

Publicado postumamente, por ahí se dice que originariamente este libro iba a llamarse "Instituto Central del Trabajo" según le comentó Vallejo a un colega, un día, al hablar sobre un libro en el que estaba trabajando. No hay muchas pruebas de esto, pero dejándose llevar uno por el aire de los poemas, está claro que debería de haberse llamado así: INSTITUTO CENTRAL DEL TRABAJO

Tras la escritura de Trilce, que debió suponerle un parto difícil, Vallejo abandonó la poesía hasta casi diez años después. Casi febrilmente, su vuelta a la escritura supuso algunas diferencias con respecto a su obra anterior: sorprende verlo escribiendo sonetos, por ejemplo, y otras formas métricas más comunes. Aunque el contenido siguen siendo representaciones abstractas de algo tan profundo como es el dolor y la falta de esperanza, algo que se enraíza (la compasión por el dolor ajeno) y choca (la falta de esperanza) con su adhesión al marxismo. Que en cierto sentido puede explicar su intento de acercarse al pueblo

(Siempre me ha sorprendido esta relación entre el arte de contenido "políticamente" revolucionario con un arte difícilmente revolucionario en cuanto a lo que el arte -algo que abre puertas que permanecían cerradas y que cambia el paradigma social- es en cuanto a arte.)

Falta de esperanza es lo que denotan estos poemas, pero una falta de fe en el individuo, en el relato de la individualidad y del egoísmo moderno. Porque al final, el dolor que se expresa en la obra de Vallejo es simplemente fata de amor, vivido en primera persona y apreciado en los demás. Una falta de amor (entendido en su significado más amplio) que destruye a quien lo necesita y bestializa a quien no lo ofrece. 

El libro incluye la colección España aparta de mi este cáliz, con los que, cercano a Mayakovsky, intenta redefinir los parámetros de una poesía revolucionaría, pero lo hace, desafortunadamente, dando un paso hacía atrás y olvidando que su poesía fue "naturalmente" revolucionaria, "artísticamente" revolucionaria, "culturalmente" revolucionaria, en Los Heraldos Negros y en Trilce.  

Aunque sí, es de agradecer y uno se siente más "convencionalmente" cómodo al leer a un Vallejo igualmente complicado pero un poco más cercano, como si desde dentro de una cueva tendiera una tímida mano al exterior. Para nosotros quizás no es mucho, pero seguro que para el reservado escritor fue uno de los gestos más difíciles de su vida, imagino yo. 

Cuando lo leo, Poemas Humanos y a Vallejo en general, solo puedo imaginarme un cristal roto. Pero un cristal, en cualquier caso, que debía romperse. Que está bien así, roto. 



Hoy me gusta la vida mucho menos...

Hoy me gusta la vida mucho menos, 
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. 
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve 
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra. 

Hoy me palpo el mentón en retirada 
y en estos momentáneos pantalones yo me digo: 
¡Tánta vida y jamás! 
¡Tántos años y siempre mis semanas!... 
Mis padres enterrados con su piedra 
y su triste estirón que no ha acabado; 
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos, 
y, en fin, mi ser parado y en chaleco. 

Me gusta la vida enormemente 
pero, desde luego, 
con mi muerte querida y mi café 
y viendo los castaños frondosos de París 
y diciendo: 
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo: 
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada! 
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre! 

Dije chaleco, dije 
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar. 
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado 
y está bien y está mal haber mirado 
de abajo para arriba mi organismo. 

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, 
porque, como iba diciendo y lo repito, 
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años, 
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!


Pero antes que se acabe...

Pero antes que se acabe
toda esta dicha, piérdela atajándola,
tómale la medida, por si rebasa tu ademán; rebásala,
ve si cabe tendida en tu extensión.

Bien la sé por su llave,
aunque no sepa, a veces, si esta dicha
anda sola, apoyada en tu infortunio
o tañida, por sólo darte gusto, en tus falanjas.
Bien la sé única, sola,
de una sabiduría solitaria.

En tu oreja el cartílago está hermoso
y te escribo por eso, te medito:
No olvides en tu sueño de pensar que eres feliz,
que la dicha es un hecho profundo, cuando acaba,
pero al llegar, asume
un caótico aroma de asta muerta.

Silbando a tu muerte,
sombrero a la pedrada,
blanco, ladeas a ganar tu batalla de escaleras,
soldado del tallo, filósofo del grano, mecánico del sueño.

(¿Me percibes, animal?
¿me dejo comparar como tamaño?
No respondes y callado me miras
a través de la edad de tu palabra).
Ladeando así tu dicha, volverá
a clamarla tu lengua, a despedirla,
dicha tan desgraciada de durar.
Antes, se acabará violentamente,
dentada, pedemalina estampa,
y entonces oirás cómo medito
y entonces tocarás cómo tu sombra es ésta mía desvestida
y entonces olerás cómo he sufrido.



PANTEON

He visto ayer sonidos generales,
                  mortuoriamente,
                  puntualmente alejarse,
cuando oí desprenderse del ocaso
                  tristemente,
exactamente un arco, un arcoíris.

Vi el tiempo generoso del minuto,
                  infinitamente
atado locamente al tiempo grande,
pues que estaba la hora
                  suavemente,
premiosamente henchida de dos horas.

Dejóse comprender, llamar, la tierra
                  terrenalmente;
negóse brutalmente, así a mi historia,
y si vi, que me escuchen, pues, en bloque,
si toqué esta mecánica, que vean
                  lentamente,
despacio, vorazmente, mis tinieblas.

Y si vi en la lesión de la respuesta,
                  claramente,
la lesión mentalmente de la incógnita,
si escuché, si pensé en mis ventanillas
nasales, funerales, temporales,
                  fraternalmente,
piadosamente echadme a los filósofos.

Mas no más inflexión precipitada
en canto llano, y no más
el hueso colorado, el son del alma
                  tristemente
erguida ecuestremente en mi espinazo,
ya que, en suma, la vida es
                  implacablemente,
imparcialmente horrible, estoy seguro.




Acaba de pasar el que vendrá

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.

Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.

Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola.

Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.

Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mi y en él matado.

Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.
Acaba de pasar sin haber venido.







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