sábado, 12 de abril de 2014

Églogas y Geórgicas. Virgilio.



Desde el inicio de nuestra civilización muchas voces clamaron por el retorno al campo. Estos rebeldes antiguos solo querían escapar de las relaciones viciadas y los sistemas en los que empezaba a organizarse la vida en la ciudad: el mercado.

Virgilio fue uno de los primeros. Creador de un mito, de la primera gran utopía que desde entonces nos acompaña como forma de evasión de la dureza del trabajo. Para nosotros, más domesticados por el sistema (o más bien para nuestros padres) el sueño es tener un campo en el que escondernos y reencontrarnos cada fin de semana. Para los poetas, algo más profundo: la Edad de Oro, la idea de un mundo pastoril contrapuesto al de los ciudadanos, donde la oposición naturaleza/ciudad marca la organización social, las estructuras, la economía y por su puesto y sobre todo, los sentimientos.

Un mundo idílico, mítico, que no representa nuestro tiempo (ni el de Virgilio) pero que pertenece a todas las eras en distintas formas. La máxima expresión del idealismo evasivo, el "kibuzt del deseo" de Cortázar, "el país de la jodienda" de Miller o "la Navidad en la tierra" de Rimbaud. Y en efecto, se trata de un campo soñado, imaginado y sobre todo, anhelado. Por eso hablamos de un campo transfigurado por el deseo, idealizado. Y aunque esto lo haga irreal, es un bello sueño basado en la necesidad de paz, de sosiego, de sensibilidad natural, de amor al aire libre que sí es verdadero y puede rastrearse tanto en nuestras vidas como en los poemas de Virgilio.

En las Églogas, entre sollozos de amor y contiendas poéticas propios de una sociedad refinada y desocupada de la corte (aunque en el campo, sucios, despeinados y quemados por el sol) destaca el cuarto poema, el más ambiguo de todos y el más indescifrable. Al mismo tiempo, el que más ha cautivado la sensibilidad de los poetas de todas las épocas. Por este poema le consideran los cristianos a Virgilio como un profeta que anunció el nacimiento de Jesucristo un siglo antes de que ocurriera. Y no es que defienda esta postura, pero creo que ejemplifica perfectamente hasta donde llega su capacidad de evocación. La égloga mesiánica en la que no hay que limitarse a ese único significado, ya que Virgilio nunca supo las consecuencias de lo que estaba escribiendo ni sus significados ocultos.

No me resisto a ponerla entera:

Dice Virgilio:

Cantemos, ¡oh musas sicilianas!, asuntos más elevados. No a todos deleitan las florestas ni los humildes tamarindos: si cantamos las selvas, ¡que sean las selvas dignas de un cónsul! 

Ya llega la última edad anunciada en los versos de la Sibila de Cumas; ya empieza de nuevo una serie de grandes siglos. Ya vuelven la virgen Astrea y los tiempos en que reinó Saturno; ya desciende del alto cielo una nueva raza. 

Tú,¡oh casta Lucina!, favorece al recién nacido infante, con el que la vieja edad de hierro termina y empezará la de oro en todo el mundo: pues ya reina tu Apolo. 

Bajo tu consulado, ¡oh Polión! tendrá principio esta gloriosa edad y empezarán a correr los grandes meses; mandando tú desaparecerán los vestigios , si aún quedan, de nuestra antigua maldad, y la tierra se verá libre de sus perpetuos terrores. 

Este niño recibirá la vida de los dioses, y con los dioses verá mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos y regirá el obre sosegado por las virtudes de su padre.

Para ti, ¡oh niño!, producirá en primicias la tierra inculta hiedras trepadoras, nardos salvajes y colocasias, mezcladas con el risueño acanto.

Henchidas de leche las ubres las cabras volverán al redil por sí solas, y a los grandes leones no temerán los rebaños. De tu cuna brotarán para ti hermosas flores y desaparecerán la serpiente y la hierba venenosa; por doquier nacerá al ameno asirio. 

Y cuando puedas leer las alabanzas de los héroes y los hazañas de tus padres, y saber qué es la virtud, 
amarillearán los lentos campos con las blandas espigas, rosadas uvas penderán de las incultas zarzas, 
y los duros robles sudarán un rocío de miel. 

Todavía quedarán, sin embargo, algunos rastros de la antigua maldad, que moverán al hombre a provocar en naves las iras de Tetis, a ceñir las ciudades con murallas y a abrir surcos en la tierra. 

Habrá entonces otro Tifis, otra Argos conducirá selectos héroes; habrá también otras guerras, y de nuevo se lanzará sobre Troya el gran Aquiles. 

Después, cuando alcances la edad viril plena, el viajero dejará de cruzar el mar, y el náutico leño 
no negociará con los bienes: el campo proveerá de todas las cosas. 

No sufrirá el arado la tierra, ni la vid será podada; y a su vez el labriego desuncirá los robustos bueyes. No aprenderá la lana a mentir con variados colores; antes, ya en rojo múrice, ya en azafranada ajedrea, mudará el morueco en los prados su suave vellón; por sí mismo el minio vestirá al cordero que pace. 

¡Rodad tales siglos!, dijeron a sus husos las Parcas acordes con la inmutable voluntad de los Hados. 

¡Lánzate a estos altos honores!, cumplido está el tiempo, ¡oh progenie amada de los dioses! ¡oh magno vástago de Jove! 

¡Contempla cómo bajo la celeste bóveda se inclinan los astros, y las tierras, y el vasto mar, y el profundo cielo!¡Contempla como el siglo venturo regocija todas las cosas! 

¡Oh! ¡Que mis últimos años sean tan largos y me alcance el aliento para cantar tus hazañas! No vencerán mis versos ni el tracio Orfeo, ni Lino, aún si la madre a aquel y el padre a este asistieron, 
Calíope a Orfeo, y a Lino el hermoso Apolo. 

También Pan si compitiera conmigo, juzgando Arcadia, también a Pan declararía vencido el juicio de Arcadia. 

Comienza, ¡oh parvulillo!, por la sonrisa a conocer a tu madre: por diez meses un largo fastidio acompañó a tu madre. 

Comienza, ¡oh parvulillo! A quien no sonríen sus padres, no se le digna la mesa del dios ni el lecho de la diosa. 

¿No es exactamente lo que ha ocurrido? Pero también es algo que ocurrió muchas veces antes de Virgilio y algo que seguirá ocurriendo. 




Pero hablemos ahora de las Geórgidas.

Se trata de un poema didáctico. Pero si fuera solamente eso... un poema de amor a la paz y a las tareas del campo en el que simplemente  se describen los trabajos campestres, los orígenes de la agricultura, los instrumentos adecuados de cultivo, consejos, la tierra, el cultivo de la vid, la cría del ganado, los caballos, bueyes, perros y los enjambres... los cuidados de la colmena. Pero escrito con una sensibilidad que sobrecoge, con la convicción del que sabe del poder de lo sencillo. 

Respecto a lo último, al enjambre, he de decir que es de especial belleza como el poeta romano lo relaciona con el mito de Orfeo y como este, además de impactar con su fuerte carga simbólica descorazonadora, está también en el origen de la apicultura. Una bella imagen la de Orfeo bajando a los infiernos para rescatar a Eurídice y la de Eurídice regresando al infierno por culpa de Orfeo. El amor, el miedo y la muerte unidos en un mito bajo el zumbido vitalista de la abeja, que representa la vida en su mas amplio espectro...





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