sábado, 5 de abril de 2014

Los paraísos artificiales. Charles Baudelaire.



Baudelaire no fue tan decadente como la gente piensa. Se le supone alcohólico y adicto al opio y al hachís, pero en realidad apenas probó estas drogas. Consumió opio durante una temporada como remedio a unos fuertes dolores de cabeza, y la experiencia le causó horror. La leyenda le convierte en un adicto o en un experimentalista, pero ni una cosa ni la otra. Los libros Los Paraísos artificiales y El Vino y el Hachís tienen la culpa de este malentendido histórico, pero en ellos Baudelaire no nos trasmite su experiencia con las drogas, en realidad son solamente una reflexión sobre las Confesiones de un inglés consumidor de opio de su admirado escritor Thomas de Quincey, verdadero adicto y autor del libro, que no tradujo, sino parafraseó.

Dicho esto, no son Los paraísos artificiales precisamente una invitación al consumo de drogas, sino una advertencia: solamente los espíritus fuertes poder volver del viaje y aún así no es probable. Se confunde lo demoníaco, con la debilidad y el vitalismo, y a veces uno no sabe si Baudelaire advierte al ciudadano occidental de los peligros del opio y del hachís o los alerta de la maldición del poeta. Igual que estas sustancias, el arte transfigura lo real embelleciéndolo. El artista en su estado natural se encuentra como el consumidor de drogas y este es para Baudelaire el aspecto que explica la facilidad con que el soñador descontento de la realidad busca evasión por estas "arriesgadas vías". Esto, es para Baudelaire lo demoníaco: el deseo intenso de vivir que hace daño, la necesidad de que lo real sea "algo más".

Lo poético y lo demoníaco son para Baudelaire sinónimos, algo que destruye al individuo, una especie de maldición. Bajo la influencia del opio y del hachís o de la poesía el ser humano, dice Baudelaire, "elevado a una altísima potencia de sí mismo se encuentra subyugado, pero para desgracia suya, no lo está más que por él mismo, es decir, por la parte de sí mismo que le domina; quiso convertirse en un ángel y se ha convertido en bestia".

En otro momento del libro, al describir los efectos del opio, casi parece que nos explique  en qué consiste la corriente poética que el inauguró, el simbolismo, o en cualquier caso, una experiencia mística, que el poeta encuentra de un modo natural y el ser humano común a través de las drogas:

"Sucede que a veces la personalidad desaparece y que la objetividad, propia de los poetas panteístas, se desarrolla en vosotros tan anormalmente que la contemplación de los objetos exteriores os hace olvidar vuestra existencia, llegando muy pronto a confundiros con ellos. Fijáis vuestra mirada en un árbol armonioso, curvado por el viento, y a los pocos momentos lo que en el cerebro del poeta sólo sería una comparación muy natural, se convierte en el vuestro en algo real. Primero atribuis al árbol vuestras pasiones, vuestro deseo o vuestra melancolía; sus gemidos y sus estremecimientos acaban siendo vuestros, y en seguida sois el árbol. De igual modo, el pájaro que planea en el fondo del cielo representa primero al ansia inmortal de elevarse por encima de todas las cosas humanas; pero de inmediato sois el pájaro". 

Acaba el texto con una cita del "notable filósofo poco conocido", Barbeau, que según el poeta, le dijo en una reunión donde algunas personas habían tomado "el dichoso veneno":

No entiendo por qué el hombre racional y espiritual utiliza medios artificiales para alcanzar la beatitud poética, cuando bastan el entusiasmo y la voluntad para elevarte a una existencia sobrenatural. Los grandes poetas, los filósofos, los profetas, son seres que, mediante el ejercicio puro y libre de su voluntad, alcanzan un estado en el que son a un tiempo causa y efecto, sujeto y objeto, hipnotizador y sonámbulo. 

"Yo pienso exactamente lo mismo" dice Baudelaire, aunque para él ser poeta era una maldición.










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