domingo, 8 de febrero de 2015

Un hombre acabado. Giovanni Papini


Todo resultó inútil, sin embargo. Me he acercado a vosotros, hombres, pero no os quiero. No puedo quereros. Me asqueáis, me repugnáis. Y como no os quise, no os conocí; y al no conoceros no pude salvaros. Permanecí solitario en medio de vosotros, y me dejasteis solo. Mis palabras os dejan mudos, y mis promesas no os mueven a la acción. Habéis hecho bien.  

Giovanni Papini

Decía Henry Miller de Giovanni Papini que como filósofo no valía nada, pero que como perdedor fue el mejor que ha habido: alguien que fracasó en cada uno de los aspectos de su vida en los que se propuso triunfar, no porque su obra o sus experiencias no tuviesen valor, sino por su nivel de exigencia y sus pretensiones desmesuradas.

Intelectual extremo (en el sentido de quien acumula conocimientos) Papini a los treinta años había leído y analizado todos los textos de la cultura universal (casi todos, claro) y a sus treinta años su autobiografía era la biografía de un viejo que sabe que ya no le queda futuro. Se había dado cuenta de que toda su cultura no tenía ningún valor y que nadie de los que le rodeaban estaba a la altura de su admiración: a los treinta años era un hombre temido por su sinceridad, solitario, que cuando alcanzó el éxito y la notoriedad radicalizó su sentimiento de misantropía.

Para haceros una idea, a lo largo de su vida, en diferentes etapas, Papini defendió todas las filosofías y postulados existenciales posibles: fue ateo y creyente intermitentemente, era capaz de ponerse en el lugar de todos (de los amantes y de los asesinos) pero nunca supo decir qué pensaba realmente, según porque estaba vacío como "los hombres huecos" de Conrad.

Famoso por su original obra Gog, que para él era su escrito más importante, Un hombre acabado (autobiografía o testamento) no es que sea un buen texto literario, pero es un documento humano de importancia extrema: a nadie le gusta Papini, porque después de haberlo defendido todo, defendió posturas que ninguno toleríamos y trató de desenmascarar la gran mentira de los egos.

Sirva como ejemplo de su fracaso:

hablando de literatura con una amiga italiana que me recomendó a Italo Suevo a Elsa Morante a Carduci y a algunos más que no recuerdo ahora, le dije que me interesaba Giovanni Papini, ella puso una expresión de desagrado y me dijo: ese no, era fascista. De hecho,  también fue comunista y anarquista (sobre todo) y democrata, con la misma intensidad. Que hoy en día se le desestime como fascita en la posteridad, creo yo que para Papini sería un absoluto fracaso: lo que decía Henry Miller: como filósofo no valía nada, pero como perdedor, fue el mejor de todos: un símbolo, un icono alguien a quien imitar.

Pongo un capitulo entero porque es demasiado bueno:



LA FUGA DE LA REALIDAD

¡Muchas memorias, sobradas nostalgias! Este color y calor del pasado, estos hechos y pasajes externos ¿qué cuenta? Son poesía, literatura, vanidad. Lo que importa aquí es la historia de un alma, la historia de mi alma, y no la de un palacio o de un periódico. No debería caer en semejantes debilidades y si no me avergüenzo hasta el punto de borrar las huellas es porque son también síntomas y pruebas de un fondo patético y sentimiental que no consigo ahogar ni en los accesos más dialécticos. ¿Es posible que yo no pueda ver la idea sin el cuerpo y sin la sombra y que no pueda comprender un sistema sino bajo la forma de vida y de experiencia sensible, pasional, cotidiana? Las cortezas, las cáscaras, los vestidos, las máscaras, son —lo sé perfectamente yo también—, nada más que cortezas, cáscaras, vestidos, máscaras. No son nada más, nada substancial, de íntimo. Las cortezas caen, los vestidos se gastan, las máscaras se destiñen y lo que queda es el concepto, el esqueleto interior e indestructible de la verdad. Lo que lo reviste es inesencial, variable, transitorio. Las manifestaciones, embajadas espirituales — las palabras, las palabras habladas, las palabras escritas; las cuartillas con las palabras impresas, los papeles ilustrados, las hojas que salen de cuando en cuando, las páginas que se reúnen en un volumen y hacen el opúsculo, el libro, la obra— no son más que tentativas, rodeos, espirales, murmullos: lenguas que se forman, que empiezan, que pocos entienden, que nadie quiere aprender. Cualquiera de nosotros que verdaderamente tenga una vida suya —y entiendo vida propia, personal, interior, sensitiva, intelectual, metafísica— es un Adán que debe dar nombre nuevamente a todas las cosas y construirse su vocabulario y fundar un lenguaje. Las palabras de los padres, en su boca, tienen otro sabor, otro tono y sonido, otro significado. Os hablará de luz y su mente tendrá ante sí las tinieblas, y cada vez que pronuncia una palabra simple, simplísima, común, insignificante, —la palabra hombre, por ejemplo— tendrá en su pensamiento su hombre, que no es, en verdad, creedlo, ni el hombre de la esquina, ni el hombre que está en la ventana, ni el hombre de Platón, ni el hombre de Dios, sino ¡su hombre y ningún otro: su ideal, su tipo, su sueño, mito y modelo de hombre!

Y cada cual debe volver a comprender su yo cuando éste ha pasado y está entre los muertos para siempre, con los otros muertos, con todos los yo que matamos diariamente con el veneno lento del olvido; y cuando queremos volver a hablar de él, que ya no existe, debemos rehacernos de su diccionario, de su gramática, de su sintaxis mental, y de nada sirve buscar entre los despojos que fueron en otros días sus trajes de gala y repetir los epígrafes que él dictó entonces para fijar (es decir, inmovilizar: matar) sus intuiciones y sus escurridizas conquistas sobre el eterno fugitivo. El cuerpo, la materia, no bastan: buscamos el espíritu, lo profundo. Y si no es posible la pintura —nos contentamos con la geometría. Yo no quiero hacer el solista sentimental de mí mismo. ¿Queréis la anatomía? He aquí la anatomía: despellejad, cortad, descarnad. Este es mi cuerpo, esta es mi carne— pero el soplo que la animaba, la idea que la 59 informaba ¿dónde están? ¿Entre esta polvareda de recuerdos, entre este revoltijo, del fondo de los cajones, entre estas cartas que tienen ya la pátina de casi diez años? No busquéis: no están aquí. Yo solamente puedo decir cuál era el nudo central de mi pensamiento en aquella borrasca de escrituras, de ofensas de defensas y de clamoroso apostolado. El sturm und drang ha pasado (historia, anécdota), pero la vena de aquel tumulto y de aquella tempestad está en el yo que queda, en el yo perpetuo, absoluto, que ha contado con la eternidad y debe participar de la eternidad.

Este nudo central de mi pensamiento de aquel tiempo era la fuga de la realidad —la no aceptación, la repulsa de la realidad. El pesimismo radical no era ya el punto último y único de mi concepción del mundo, y no pensaba poner bajo los ojos espantados de los hombres la proposición de un voluntario envenenamiento universal. Pero el dolor cósmico, atrasándose en mí como teoría, se había convertido en un estado de ánimo estable, se había quedado como un sedimento indestructible en la sangre y en el alma. Ya no lo formulaba, pero él había infundido todo concepto mío. "No nace pensamiento en mí que no lleve la muerte esculpida" escribía Miguel Ángel, y en mí no nacía idea sobre las cosas que no tuviese el amargo sabor del desprecio. Dicen que es propia de los jóvenes la serenidad esperanzada. No es verdad, no no es verdad al menos en todos. Porque el joven, antes de acercarse a la vida para poseerla, tiene ya dentro esperanzas, si no tiene el alma irreparablemente porcina, y supone tan magníficas e intensas, certidumbres de sublimidad próxima y de poder divino, que la realidad tal como es, la vida corriente, no pueden menos de ser para él un continuo castigar de desmentidos. Esperaba el paraíso y se encuentra en las más fétidas hoyas del infierno: creía encontrar a sus hermanos con las manos extendidas y encuentra una cadena de bestias que rugen, que riñen y se acometen; se imaginaba que la vida se le ofrecería como piedra limpia y mármol de buena grana para esculpir su imagen con el duro escalpelo de la voluntad, y en cambio tiene entre las manos una masa de barro y de mierda que no se deja moldear y modelada no se tiene en pie.

Demasiado idealismo, dicen los sabihondos que ya han tomado olor al estercolero. Ya se sabe: muchos jóvenes mueren de este "demasiado" y no de aquel poco de plomo que les atraviesa el pecho. Pero en verdad os digo que no hay señal más segura de un ánimo pequeño, que el estar contento de todo. La serenidad puede llegar solamente después de la juventud, cuando se ha dado la vuelta alrededor y dentro de las cosas, y nos conforta de la nada infinita la gustación del instante que no volverá.

Yo sentía, pues, fuertemente, en aquel tiempo, el disgusto por lo real. No aprobaba, no aceptaba el universo tal como era. Mi actitud era despectiva y fiera. Y tendía a negar lo real, a despreciar las reglas de la vida real, a rehacer por mi cuenta, a mi modo, una realidad distinta y más perfecta.

¿Qué era, en efecto, aquel espíritu de furibunda anarquía y de descansada irrespetuosidad hacia los hombres y los dogmas, sino reacciones contra lo pretérito, contra lo fijo, lo glorioso, lo disciplinado y regular? ¿En qué consistía mi pasión por lo absurdo sino en la náusea de lo banal, de lo ordinario, del buen sentido común? ¿Y el desprecio por las reglas éticas, la buena educación, los fetiches populares, los métodos prudentes y las virtudes burguesas, en que se60 basaba sino en el cansancio del hecho inmutable y maldito, y de todos los miramientos y de todos los lazos y de todas las creencias?

Yo combatía el positivismo porque los positivistas pretendían ser los notarios imparciales de la realidad; —me inflamaba por el idealismo y lo llevaba hasta el último extremo porque aquel incluirlo todo en el espíritu, y aquel poner en duda hasta la existencia del cuerpo olía a extravagancia y a paradoja. Por odio al presente me encerraba con unos cuantos muertos de genio; por odio a lo existente me abandonaba al sueño; por odio a los hombres buscaba la soledad de las campiñas y la silenciosa amistad de las plantas. Mi palabra preferida en aquella época era ésta: Liberación. Liberación de esto y de aquello, de ahora y del después, de lo de acá y de lo de allá: liberación del todo.

Yo quería desvestirme y desvestir; volver a la perfecta desnudez, a la formidable libertad del ateo radical y universal. Y cuando me parecía estar desnudo y que los dolores y los pensamientos de la tierra no eran ya míos, quise fabricarme mi mundo. De dos maneras: con la potencia del espíritu y con la evocación de lo fantástico —con la voluntad y con la poesía.

El famoso pragmatista no me interesaba ya en cuanto a regla de investigación, cautela de procedimiento y refinamiento de métodos. Yo miraba más allá. En mí surgía entonces el sueño taumatúrgico; la necesidad, el deseo de purificar y reforzar el espíritu para hacerlo capaz de obrar sobre las cosas sin instrumentos ni intermediarios y llegar así al milagro y a la omnipotencia. A través de la "voluntad de creer" propendía a la "voluntad de hacer" —a la posibilidad de hacer. ¡Si la voluntad pudiese extender su círculo del mando del cuerpo propio a las cosas que lo rodean— y hacer de suerte que todo el universo fuese su cuerpo, obediente en todas sus partes a una orden suya, como ahora le obedecen estos pocos haces de músculos! Fingía partir de un precepto de lógica (pragmatismo) pero lo más secreto de mi alma estaba sedienta y envidiosa de la divinidad.

Un instinto semejante me condujo hacia el arte. Yo no podía sufrir la literatura: todo lo que hay de falso, de elegante, de fingido, de acomodado y decorativo en esta palabra, me repugnaba. Aun amando entrañablemente a algunos poetas muertos, tenía invencible antipatía por la gente que reúne poesías, novelas y romances, para ajena diversión y propia utilidad.

La filosofía me parecía mucho más noble y elevada. Pero la misma filosofía me recondujo al arte. Para poder expresar más apasionada y eficazmente ciertos puntos de mis pensamientos me dio por hacer uso inmoderado de las imágenes; intenté la forma del mito; del mito extraje leyendas; empecé a inventar coloquios y visiones y poco a poco introduje como interlocutores tipos creados por la poesía y por la tradición, los cuales empezaron a vivir por cuenta propia, a hablar con otro lenguaje, a mezclarse en otras aventuras. Del desahogo liricizante enderecé sin casi darme cuenta hacia el cuento literario, y la idea, que había sido el fin y el todo, convirtióse en una de las materias primas sometidas a la fantasía. El rumiar afanoso de mi pensamiento, la amargura de mis desencantos, el ímpetu de mi apostolado, se encontraron mejor y más fuertemente expresados en ciertas ambiguas creaciones poéticas. Y así nació en torno mío, sin querer, todo un mundo fantástico, opuesto al mundo real, donde podía retirarme a llorar y rememorar, donde era rey, y señor sin leyes. En ese tiempo conocí al pálido Demonio de nuestros días; escuché las confesiones del gentilhombre enfermo y de la Reina de Thuek, y acogí los gemidos del dolorido Hamlet y las confidencias de Juan Buttadeo y de Juan Tenorio. Procedían de la sombra, de lo irreal y con todo, me parecían más vivos que los vivos que pasaban a mi lado, y sólo con ellos me era dado entender y ser entendido, amar y ser amado; era aquel un mundo turbio y cerrado, donde la sombra empujaba a la luz y lo trágico salía de lo ordinario; un mundo habitado por jóvenes pálidos y sin ilusiones, por hombres poseídos y martirizados por ideas fijas y nuevos terrores; un mundo en que los actos eran raros, pero tumultuosos los pensamientos; y donde no se distinguían los confines de lo verosímil y de lo imaginario: era mi mundo, oscuro, oscuro y terrible, sí, pero que por lo menos no era este mundo, el mundo de todos.

Y así, mientras esperaba doblegar y rehacer la realidad con los prodigios de la voluntad sublimada, iba creando el refugio de una realidad provisora poblada por los dóciles espectros de los sueños. La poesía es la escala para llegar a la divinidad y el trabajo del arte es ya principio de creación. Poeta y profeta por hoy —¡y Dios, quizás, mañana!



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sábado, 7 de febrero de 2015

Cántico. San Juan de la Cruz




El Cántico de San Juan de la Cruz plantea entre otras cosas el problema de la interpretación del arte: ¿Cómo debe descodificar el receptor una obra artística?

Para San Juan la respuesta era clara: es sus Comentarios imponía la clave que permite una "correcta" interpretación del Cántico, es decir, la lectura religiosa: el sexo como símbolo de la unión con Dios.

No obstante, entiendo que si un texto escrito para explicar un concepto debe ser "explicado" para que pueda ser entendido, alguien ha cometido un gran error (y no precisamente el lector, que podrá hacer con el poema lo que le parezca adecuado).

Basándonos en la literariedad del texto nos encontramos ante un bello poema cargado de erotismo explicito sobre el amor idealista... pero aún más,  es una exploración de la mente de quien idealiza el amor, y por encima de esta idea (que es lo que le da valor al texto) está la concepción de la existencia como un proceso de búsqueda irreversible (de entrar en lo desconocido) que se manifiesta en una transformación de quiénes somos y quiénes hemos sido y, por supuesto, quiénes seremos.

Pero también la idea de que esa transformación se produzca por el contacto con los demás y surja el amor como la fuente de esta transformación irreversible (pero deseable) tanto en el amante que busca a la persona amada como en el encuentro...

Me resulta inevitable pensar en un verso de otro místico a su modo, más cercano y decadente, vaciado de contenido por la cultura pop, Leonard Cohen quien en su poemario La energía de los esclavos escribió:

quién podría haber imaginado que el corazón envejece del contacto con otros. 


1

¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido. 

Al contrario de lo habitual en la tradición poética renacentista y medieval, no se inicia el poema con una localización del entorno, sino con una pregunta (invocación) al amado. Una demanda que no tiene lugar ni tiempo: una narración situada en un entorno indefinido: abstracto. Pero además, esta primera estrofa se desplaza en la memoria con unos divertidos saltos temporales: cada verso retrocede en el tiempo: el amado se esconde después de abandonarla, huyó tras haberla herido, para después avanzar la narración más allá del primer verso iniciando la primera parte del poema: la búsqueda del amado por parte de la amada, claro. El ciervo, símbolo del encuentro sexual dejando claro desde el comienzo el tono del poema.


2

 Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.   



Comienza la búsqueda preguntando a los pastores. Pero lo más bonito de la estrofa es la expresión de la proyección interior de la mujer: el único rasgo que conoceremos del amado (y por el que debe ser reconocido) es una percepción subjetiva de la amada: aquel que yo más quiero. Su amor por él es lo que le identifica (le hace reconocible a los demás), situando el poema en el plano de la consciencia o de la inconsciencia o, seguro, en el mundo interior de la amada: su imaginación.



3


Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.  

Además de la aparición por primera vez del símbolo sexual más extendido en todas las culturas (las flores), la equivalencia con la estrofa primera en el tiempo verbal futuro.


4

¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado! 

Estrofa de transición: invocación a las criaturas. Comienza la comunicación con la naturaleza (recuerdo de Baudelaire: la naturaleza es un bosque donde vivos pilares...) o la naturaleza entendida como un lenguaje que puede ser interpretado. 


5

Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura. 

Alguna gente dice que esta estrofa es la respuesta de las criaturas, yo prefiero pensar que es la respuesta que la amada cree que le darían las criaturas, como hablándose a sí misma con otra voz. 


6

¡Ay, quién podrá sanarme! 
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.  

Me gusta mucho el segundo verso "acaba de entregarte ya de vero" que nos conduce al primer contacto fallido de la primera estrofa, cuando el ciervo "la hirió" y el amado desapareció, dejando claro que hubo un encuentro frustrado. De nuevo la naturaleza como "mensajero" de una verdad que debe ser descifrada.


7

Y todos cantos vagan,
de ti me van mil gracias refiriendo.
Y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

Prácticamente lo mismo que la anterior.


8

Mas ¿cómo perseveras, 
oh vida, no viviendo donde vives,
y haciendo, porque mueras,
las flechas que recibes,
de lo que del amado en ti concibes?

Muy bellos los dos últimos versos las flechas que recibes de lo que del amado en ti concibes. El poema se enmarca en el neoplatonismo, en el concepto del ideal, es decir, "el concepto perfecto, ideal, que no existe y debe ser perseguido": por lo tanto, el amado no existe, más que en su interior y las flechas que la hieren son las contradicciones entre la realidad y el idealismo. 


9

¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?   

"Aqueste corazón" para objetivar la pregunta: la amada se aleja de sí misma. "Assí le dejaste": es absurdo emplear el adverbio "así" en literatura, ya que debe ir acompañado de un gesto o una imagen o no expresa nada. Esa es la cuestión: el estado de su alma no puede describirse con palabras. 


10

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos


11

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshazellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.

Para ser tan idealistas y tan espirituales esta gente le daba mucha importancia a lo que entra por los ojos. No obstante, la estrofa 11 se funde en la reflexión interior entristecida justo antes de rebasar el climax de desesperanza del poema que explotará en la estrofa siguiente:


12 

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados,
formases de repente
los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas dibujados!  

Hemos llegado al momento en el que la amada se desespera. Lo bonito de esta estrofa es que aparece la fuente: el símbolo sexual más repetido en la lírica tradicional española: el lugar en el que se encuentran (se miran) por primera vez los enamorados, además de su simbología como fuente-agua-espejo: las visiones, el reflejo interior, etcétera. 


13

 ¡Apártalos, amado,
que voy de vuelo!

                  Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma,
al aire de tu vuelo, y fresco toma.  

Termina la búsqueda después de la desesperación de la amada como si reconocer su impotencia fuese lo único que le permitiera entregarse al amado, quien habla por primera vez (vuelvete paloma, etc.) en el poema. Su voz es firme y autoritaria: no hay bondad ni compasión en él (ni aquí ni en ningún momento del poema).


14

 ¡Mi amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos;  


15

La noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;  

Vuelve a tomar la palabra la amada: la simple mención de la realidad es una invocación y una celebración: la calidad de sus sentimientos no pueden expresarse más que nombrando y al nombrar se apropia de la realidad. La mujer ya está preparada, el tono del poema se relaja y se prepara el lecho (el entorno en el que ella se siente segura) y la soledad de los amantes.


16

Caçadnos las raposas,
questá ya floescida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hazemos una piña,
y no parezca nadie en la montaña.

Lo que he dicho ya. Las raposas representan el peligro del que están a salvo, la viña florecida (la sexualidad, la fertilidad, el símbolo cristiano, también el vino) las rosas, (de nuevo el sexo y la fertilidad) y el lugar oculto y solitario, donde desde siempre se ocultan los enamorados para hacer algo más que charlar, pero también el santuario: el lugar de oración, reflexión y meditación. 


17

detente, cierço muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores
aspira por mi huerto,
y corran tus olores,
y pacerá el amado entre las flores.


18

¡O ninfas de Judea!,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros humblares.

No sé a vosotros, pero a mí me parece la escena de sexo explícito más bonita que he leído nunca. Para ser Santo, parece que san Juan sabía de lo que hablaba.  


19

Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras dezillo;
más mira las compañas
de la que va por ínsulas estrañas.

Diría que después del tan ansiado encuentro (sexual) con el amado, la duda y la desconfianza ocupan la mente de la amada. También ese recuerdo y la percepción de sí misma (en el pasado, aunque escrito en presente): la que va por ínsulas estrañas.


20

A las aves lijeras, 
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, ayres, ardores,
y miedos de las noches veladores:

Otra enumeración, pero diferente: habla el amado de nuevo con voz autoritaria, la presencia de la preposición "a" nos adelanta que aparecerá un verbo, una acción, una orden. ¿A qué se refiere con "ardores"?


21

Por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesses vuestras yras
y no toquéis al muro,
porque la esposa duerma más siguro.

Entiéndase "sirenas" por "serenas" y el conjuro... ¿no estábamos en el mundo católico? Aparece el verbo esperado, la acción, la orden del amado a las criaturas: proteger a la amada mientras duerme después de la unión, del encuentro.


22

Entrado se a la esposa
en el ameno huerto desseado,
y a su sabor reposa,
el cuello declinado
sobre los dulces braços del Amado. 

Por primera vez en el poema vemos un narrador objetivo en tercera persona que no sabemos quién es. Como si cambiara el plano para contarnos lo que acaba de suceder (la unión) desde otra perspectiva.


23

Debaxo del mançano,
allí conmigo fuiste desposada;
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.

¡¿Dónde tu madre fuera violada?! 

La presencia del manzano nos conduce al jardín del edén y al pecado original: parece ser que lo mismo que condenó a Eva, salva a la amada...


24

La noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;  


25

A zaga de tu huella,
las jóvenes discurran al camino;
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.  

La plenitud tras la unión. De nuevo la amada es incapaz de expresar sus emociones sino solamente nombrar lo que ve.


26

En la interior bodega
de mi amado bebí, y cuando salía,
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía. 

Comienza el proceso de transformación: la elevación espiritual a través del sexo y el amor, pero de momento, esta transformación es solo la negación (el olvido) de su pasado.


27



Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho

a mí, sin dejar cosa;

allí le prometí de ser su esposa. 

Rememora la amada todo el proceso desde la perspectiva del presente (de su estado actual) actualizándolo, cambiándolo, como la memoria inaprensible de Proust o Bergson. No creo que sea necesario explicar a qué se refiere con "ciencia muy sabrosa".




28

Mi alma se a empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado, 
ni ya tengo officio,
que ya sólo en amar es mi exercicio.

El ganado, el oficio... lo pastoril, que fue su pasado reciente, queda lejos para la amada en su estado actual de conciencia. La unión con el amado la ha transformado en algo entendemos que superior: la elevación espiritual a través del amor. 


29

Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.

Vuelve a contar su historia de otro modo encarando la última parte del poema... a partir de esta estrofa comienza lo más aburrido del Cántico Espiritual: la invocación al amado. 


30

De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas,
en tu amor floridas,
y en un cabello mío entretexidas.

Nótese el valor simbólico que tenía la guirnalda o la diadema: la diferenciación. La persona adornada con una diadema o una guirnalda era separado de la media, distinguido: la amada después de la unión, la elevación espiritual, etcétera.


31

En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello
y en él presso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.


32

quando tú me miravas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por esso me adamavas,
y en esso merecían
los mios adorarlo que en ti vían.

La transformación a través del amor en el objeto amado. 


33 

No quieras despreciarme
que si su color moreno en mi hallaste,
ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dexaste.


34
La blanca palomica 
al arca con el ramo se ha tornado 
y ya la tortolica 
al socio deseado 
en las riberas verdes ha hallado.

Ya sabemos lo que le pasa a las tórtolas cuando se emparejan: es para toda la vida. Pero puede que no sea un símbolo positivo de fidelidad (como sublimación del amor eterno) sino del dolor eterno por el abandono. Recuerden el llanto de Dido en Cartago cuando Eneas la abandona. 


35

En soledad vivía,
y en soledad a puesto su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.

Otra vez se vuelve a contar la misma historia desde otro punto de vista. No sabemos quién habla, pero parece, por el último verso, que el poder de transformación del amor no está en el momento de la unión de los amantes sino en la herida: el abandono. 


36

Gozémonos, Amado, 
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.

Aparte de las palabras y las imágenes eminentemente sexuales ("gozémonos", "do mana el agua pura") es el último verso el que me parece más sugerente: los amantes entrando en la espesura puede significar dos cosas: 1. la búsqueda de un lugar oscuro, cerrado y tranquilo donde dar rienda suelta a su amor (me recuerda a la canción de folcklore americano: Where did you sleep last nigh? In the pines, in the pines Where the sun don't ever shine I would shiver the whole night through, popularizada por Lead Belly y después por Kurt Cobain) y 2. La desaparición oriental del individuo en el cosmos.

               


37

Y luego a las subidas
cabernas de la piedra nos yremos
que están bien escondidas
y allí nos entraremos
y el mosto de granadas gustaremos.

De nuevo, la búsqueda de un entorno apartado y "el mosto de granadas". Inevitablemente me viene a la cabeza otro verso de San Juan del Cantar del alma (quizás uno de mis poemas preferidos de la lírica española): aquella eterna fuente está escondida. También la sabiduría alcanzada por "el que huye del mundanal ruido", etcétera.









38

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.

El problema del misticismo de San Juan, de su sabiduría y su experiencia mística, es que parece que el conocimiento o la plenitud se encuentran en el exterior, es decir, es otorgada y entregada por el amado (la visión católica). A no ser, cómo decíamos al principio, que el amado no exista más que en la imaginación de la amada (de quien busca) y es solo en la caverna, en el bosque apartado, en la espesura metáfora de la soledad del mundo interior, donde es posible alcanzar este conocimiento. Por cierto, con "aquello que me diste el otro día" se refiere a "la ciencia sabrosa", "al mosto de la granada", etcétera.


39

El aspirar de el ayre,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donayre
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.

El poema va terminando y se cierra con la idea de una plenitud tranquila de algo que se consume y desaparece: la vida terrenal y se transforma en otra cosa: la vida espiritual. Filomena es la primavera.


40

Que nadie lo mirava
Aminadab tampoco parescía,
y el cerco sosegaba
y la cavallería
a vista de las aguas descendía.

Extraña estrofa para cerrar el poema. Aún así, sugiere cierta tranquilidad y reposo: "el cerco sosegaba...". Pero soy incapaz de darle un sentido a "Aminadab" ni a la caballería. He leído que la caballería podría ser una representación de la sexualidad (la pasión) masculina, lo que no desentonaría en exceso con el tono del poema y se adaptaría fácilmente al ultimo verso: "a vista de las aguas descendía", el lugar donde se encuentran los amantes, el lugar donde nace el amor, etcétera, como si volvieran a encontrarse de nuevo: ahora de otra manera.



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